Cómo Evolucionan Nuestros Modelos a lo Largo de la Vida

I. Introducción: El mapa de los otros

A lo largo de nuestra vida, caminamos con los ojos puestos en figuras que, de uno u otro modo, nos indican el rumbo. Padres, maestros, personajes ficticios, artistas, sabios, líderes. Son rostros que no solo admiramos, sino que interiorizamos. Cada uno de ellos deja una huella, más o menos profunda, en la cartografía de nuestro mundo interno. Este ensayo es una invitación a recorrer los caminos de esos referentes que nos acompañan, cambian de forma, desaparecen o resurgen. Es también una reflexión sobre cómo el ser humano, desde una perspectiva psicológica, filosófica y literaria, necesita de modelos para construirse, y cómo ese proceso es dinámico, profundamente simbólico y, al mismo tiempo, radicalmente humano.


II. La infancia: el espejo de los padres

Los primeros modelos que internalizamos son nuestros cuidadores primarios, comúnmente los padres. En la infancia, la figura parental se erige no solo como autoridad, sino como una presencia omnisciente y afectiva que estructura el mundo. La teoría del aprendizaje social de Albert Bandura resalta el papel del moldeamiento por imitación y refuerzo: los niños no solo aprenden por lo que se les dice, sino por lo que observan. Copian gestos, repiten frases, internalizan modos de afrontar la frustración o de expresar el afecto.

Es aquí donde el modelo adquiere su fuerza más bruta: en el silencio de la repetición, en el hábito inconsciente. Freud ya lo sugería en sus primeros escritos: los padres son los primeros dioses, todopoderosos e ineludibles. El niño necesita admirar para poder crecer, y en esa admiración, empieza a esbozar su propia identidad.


III. La adolescencia: la rebelión y la búsqueda

Con la llegada de la adolescencia, los antiguos dioses caen. La idealización de los padres se rompe, y surge una necesidad urgente de buscar referentes fuera del círculo familiar. Es el tiempo de los héroes trágicos, de los rebeldes con causa, de los visionarios incomprendidos. La literatura y el cine se convierten en fuentes ricas de identificación simbólica.

El adolescente encuentra en ciertos personajes la lucha contra la norma, el anhelo de autenticidad y la desesperación por hallar un sentido. El arquetipo del viajero o del héroe, aparecen con fuerza.


IV. La adultez: mentores, sabios y espejos

En la adultez, los referentes cambian de forma. Ya no se buscan tanto figuras para emular, sino para dialogar, para contrastar. El adulto ha empezado a construir su propio sistema de valores y busca modelos que lo ayuden a consolidarlo. En esta etapa, aparece el arquetipo del mentor, del sabio, del guía silencioso. Ya no se admira la fuerza o la rebeldía, sino la capacidad de integrar opuestos, de vivir con contradicciones.

Personajes como el maestro Miyagi en Karate Kid representan ese equilibrio. No son perfectos, pero transmiten una serenidad ética, una coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. La vida adulta pide referentes que inspiren desde la experiencia y la compasión, más que desde la intensidad o el dramatismo.


V. La madurez: reinterpretar, integrar, trascender

Al alcanzar la madurez —que no necesariamente coincide con la vejez—, el ser humano comienza un proceso de integración simbólica. Los referentes del pasado no se descartan, sino que se reinterpretan. El padre estricto puede ser comprendido desde una nueva luz. El héroe trágico de la adolescencia se ve ahora como una etapa necesaria, aunque limitada. Se comprende que el crecimiento no consiste en acumular modelos, sino en trascenderlos.

Carl G. Jung hablaba del proceso de individuación como el viaje hacia la integración de todos los aspectos del yo, incluyendo sus sombras. En ese camino, los antiguos referentes no desaparecen, sino que se reubican. Algunos se convierten en advertencia, otros en inspiración, y otros simplemente en testigos de lo que fuimos.


VI. Ejemplos simbólicos y ecos literarios

La literatura está plagada de estas transformaciones de modelos. Pensemos en La Odisea: Ulises no es solo un héroe, es también un padre, un esposo, un hombre que debe aprender que la astucia no basta para volver a casa. O en El Rey Lear, donde un rey poderoso se enfrenta a su propia ceguera emocional, descubriendo en su caída una sabiduría tardía.

En el cine, películas como El club de los poetas muertos muestran cómo un mentor puede ser chispa de transformación, mientras que filmes como Big Fish de Tim Burton nos hablan del reencuentro con los referentes paternales a través del velo de la fantasía y la aceptación.


VII. Conclusión: Elegir conscientemente a quién seguimos

Vivir es también elegir a quién seguimos. No podemos evitar tener modelos; forman parte del proceso de humanización. Pero sí podemos revisar, reconstruir, reinterpretar. La pregunta clave no es a quién admiramos, sino por qué lo hacemos. ¿Ese modelo nos acerca a lo que queremos ser o nos mantiene atados a una idea infantil de nosotros mismos?

Como escribió el poeta y ensayista austríaco Rainer Maria Rilke: “La patria del hombre es la infancia, pero su destino es la transformación.” Elegir nuestros referentes es también un acto de libertad. Y aprender a dejar ir algunos de ellos, un acto de madurez.


Post scriptum:
Quizá el último referente que nos queda por descubrir es el que cada uno puede llegar a ser para sí mismo. Un yo futuro, más sabio, más consciente, que mira con compasión al niño, al adolescente, al adulto que fuimos. Quizá ese sea el verdadero viaje: convertirnos, con el tiempo, en el modelo que alguna vez buscamos afuera.

Es la intervención en el programa Hoy por «Hoy nuestra Tierra» de Radio Cuéllar de la Cadena Ser, de 15 de mayo de 2025. Puedes escuchar el podcast original en:
https://cadenaser.com/audio/1740657025765/

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